miércoles, 9 de febrero de 2011

De lealtades y traiciones

09 de febrero de 2011
La Agenda Setting
De lealtades y traiciones
Jorge A. Leyva

La vida política está llena de lealtades y traiciones, en cuanto aparecen dos figuras aparece la lealtad y, a su lado el enemigo: la traición. La lealtad es un corresponder, una obligación que se tiene con los demás. Es un compromiso a defender lo que creemos y en quien creemos. La lealtad sin duda es un valor, pues quien es traidor se queda solo. Incluso en la Biblia encontramos el caso de uno de los traidores más famosos, el hombre cuyo nombre implica traición: Judas Iscariote, historia por todos conocidos y más aún su funesto final donde la traición no es más que un elemento que juega en el escenario la parte teatral que le corresponde en la vida. En cambio cuando somos leales, logramos llevar la amistad y cualquier otra relación a su etapa más profunda. Todos podemos tener un amigo superficial, o trabajar en un lugar simplemente porque nos pagan. Sin embargo la lealtad implica un compromiso que va más profundo, es el trabajar no solo porque nos pagan, sino porque tenemos un compromiso más profundo con la empresa en donde trabajamos, y con la sociedad misma.

La lealtad es una virtud, un compromiso con lo que creemos, con nuestros ideales y con las personas que nos rodean. La lealtad está íntimamente ligada al carácter de una persona, a su valor y honor. En cambio la deslealtad lo marca a uno siendo menos que el polvo de la tierra, y trae además el desprecio que se merece. La falta de lealtad es una de las mayores causas del fracaso de cada camino de la vida. En la historia de nuestro México revolucionario, a finales de 1912 el presidente Francisco I. Madero fue advertido de un cuartelazo contra su gobierno fraguado desde las filas del Ejército. Estas advertencias empezaron a concretarse la madrugada del 9 de febrero de 1913, cuando una parte de la guarnición de la ciudad de México, encabezada por el general Manuel Mondragón, liberó a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz. Los rebeldes encontraron el Palacio Nacional bien defendido por una tropa federal comandada por el general Lauro Villar. En el combate participaron dos hombres leales a Francisco Madero: el gobernador del Distrito Federal, Federico González Garza quien armó a los gendarmes de la capital y los guió al castillo de Chapultepec, y el vicepresidente -el tabasqueño- José María Pino Suárez. Durante esa batalla murió el general Reyes.

Posteriormente el presidente Francisco Madero se reunió al pie del cerro de Chapultepec con los cadetes del Heroico Colegio Militar y los gendarmes congregados por Federico González Garza. Ahí juntos emprendieron la marcha hacia Palacio Nacional; recorrieron Paseo de la Reforma y entraron victoriosos a la sede del gobierno. Este hecho pasó a la historia como “la marcha de la lealtad” y se conmemora todos los años en el Heroico Colegio Militar y en todo el país. Hoy por hoy una vez más es cierto que hasta en las peleas más arduas se necesita un mínimo de lealtad, que es parte de la tarea para construir una cultura democrática y avanzar como sociedad civilizada. Eso simplemente lo desconoce Javier May dirigente perredista que sin escrúpulos, ni conciencia, pretende imponer su voluntad por encima de todo usando insultos, amenazas y calumnias.  Esas son las armas que usa Javier May y que poco dicen a favor de quien las utiliza, no habla en cambio de sus alianzas pactadas en la sombra porque no se atreve a obrar a la luz del día, intenta aprovechar supuestas debilidades ajenas para lograr sus objetivos y jugar descaradamente con lealtades. ¿A quién le es leal Javier May? ¿A Arturo Núñez? ¿A Andrés Manuel López Obrador? Javier May no le es leal a nadie.

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