martes, 14 de abril de 2015

Se van dos grandes: Günter Grass y Eduardo Galeano

14 DE ABRIL DE 2015
La Agenda Setting
Por Jorge Leyva

Se van dos grandes: Günter Grass y Eduardo Galeano

Ayer como suelo hacer, estaba revisando las redes sociales y escuchando las noticias. Me enteré primero del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura Günter Grass, uno de los escritores alemanes más famosos, polémicos y representativos de la segunda mitad del siglo XX alemán. De él leí “El tambor de hojalata” publicado en 1959. Una novela oscura donde un niño que vive durante la época de la Segunda Guerra Mundial es internado en un sanatorio psiquiátrico. No pasó mucho para enterarme del deceso de Eduardo Galeano, uno de mis escritores preferidos, uruguayo de nacimiento pero que era un hombre de letras mundiales, también fue periodista.

Aunque ambas pérdidas son lamentables para las letras mundiales, la de Eduardo Galeano me lo parece más. Tal vez el reconocimiento mundial se centre en el escritor alemán, pero el uruguayo me cautivó con su forma de escribir: nítida, poética, sincera, llena de vida, enriquecedora, provocadora.  Hace dos años escribía de él, como vislumbraba una antigua leyenda oaxaqueña, la leyenda de murciélago. 

Y ahora con motivo de su fallecimiento se las comparto porque fue uno de sus textos que más me cautivaron. Cuenta la leyenda, que alguna vez el murciélago fue el ave más bella de la creación. El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy, se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda). Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador. “Estoy harto de ser horroroso. Dame plumas de colores”. No, le dijo. Dame plumas, insistió, por favor, que me muero de frío. Al Gran Arquitecto del Universo no le había sobrado ninguna pluma, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.

Eduardo Galeano modificando un tanto la leyenda oaxaqueña nos decía: “así obtuvo el murciélago la pluma blanca de la paloma y la verde del papagayo, la tornasolada pluma del colibrí y la rosada del flamenco, la roja del penacho del cardenal y la pluma azul de la espalda del martín pescador, la pluma de arcilla del ala del águila y la pluma del sol que arde en el pecho del tucán”. El murciélago, frondoso de colores y suavidades, paseaba entre la tierra y las nubes. Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo -dicen los pueblos zapotecas- creó el arco iris. Era todo belleza por donde iba, quedaba alegre el aire y las aves mudas de admiración. Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.

El caso es que al murciélago la vanidad le hinchó el pecho. Miraba con desdén y hablaba ofendiendo. Se reunieron las aves. Juntas volaron hacia Dios. “El murciélago se burla de nosotras, se quejaron y además… sentimos frío por las plumas que nos faltan”. Cuando el creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó y mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio. Entonces una lluvia de plumas cayó sobre la tierra. La leyenda cuenta al final que el murciélago anda buscándolas todavía. Ciego y feo, enemigo de la luz, vive escondido en las cuevas. Sale a perseguir las plumas perdidas cuando ha caído la noche y vuela muy veloz, sin detenerse nunca, porque le da vergüenza que lo vean. 

Eduardo Galeano remataba así: “se ha dicho, no sin razón, que los dioses antes de destruir a un hombre primero lo hacen vanidoso y soberbio, podría querer decirnos la especie, que siendo un sujeto vanidoso y soberbio, los dioses podrían ahorrarse la desagradable tarea de destruirlo, pues no haría falta la molestia, pues se destruiría él solito.

Ese día Canito nos recordaba que Eduardo Galeano también escribió: Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. Eduardo nos harán falta tus textos, pero tu obra prolífica queda. Se fue Günter Grass, pero sin duda extrañaremos más al uruguayo. Les comparto nuestro correo electrónico: jordymx@hotmail.com y en twitter nos puedes encontrar como: @JorgeLeyva_

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